Ante el 8 de marzo, en defensa de la Mujer Trabajadora.

Un año más llega el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, día de lucha y reivindicación alrededor de la emancipación de la mujer. Hace algo más de 10 años este día era básicamente reivindicado por organizaciones de marcado carácter marxista y algunas de carácter libertario, pero siempre desde organizaciones culturales, sociales, políticas y sindicales ligadas a la clase trabajadora. 

Con el paso de los años hemos ido viendo como las movilizaciones alrededor de esta fecha se han ido amplificando, con grandes demostraciones en las calles y un amplio abanico de sectores sociopolíticos detrás de ellas, sectores que hasta hace pocos años no se mojaban con esta cuestión o simplemente ignoraban esta fecha. Este fenómeno ha venido de la mano de una fuerte institucionalización de esta fecha en el Estado Español y todo lo hasta ahora expuesto no tendría por qué ser una noticia negativa. 

Lo cierto es que organizaciones abiertamente derechistas y hasta empresas del IBEX35 se han sumado a estas dinámicas en el último lustro. Los grandes grupos del sector de la información también han abrazado la fecha, se han propugnado huelgas que no han sido huelgas y se ha dado una imagen de opresión sobre la mujer totalmente superficial y más basada en clichés machistas que en la realidad material de nuestras sociedades. 

Llegados a este punto y sin tener que aportar muchas pruebas, puesto que dichas pruebas han sido públicas, múltiples y manifiestas, cualquier análisis honrado de la cuestión desde una perspectiva de clase podemos llegar a una clara conclusión: el 8 de marzo se ha visto instrumentalizado, como tantas otras cuestiones y efemérides, hacia una normalización de la moral y perspectiva interclasista o desclasada si se quiere dónde el feminismo no es más que un mero objeto para acabar con la conciencia de la clase de hombres y mujeres. 

Tenemos que recordar que el Día de la Mujer Trabajadora tiene su origen en el primer cuarto de siglo XX y viene de la mano de las organizaciones de clase de distintos países de Europa, sobre todo en un principio en la Europa central. Después de muchas resistencias por parte de compañeros de su misma clase, personas como Clara Zetkin consiguen que el 8 M se vaya convirtiendo en todo un éxito popular y que la fecha sea incorporada al calendario de lucha de la clase obrera, tal como podría serlo un Primero de Mayo. 

La iniciativa de comunistas y socialistas europeos triunfa y todos los 8 de marzo se convierten en un estímulo masivo, dónde mujeres y hombres de nuestra clase, reivindican la igualdad de derechos entre sexos, más allá del sufragismo defendido desde determinados sectores feministas asociados a la mediana y gran burguesía. De esta manera, sin reivindicar feminismo ninguno, las organizaciones de la II Internacional luchan con éxito contra una sociedad retrógrada y patriarcal, a la vez que fomentan la conciencia de clase entre mujeres trabajadores, mucho menos concienciadas que el sector masculino debido a que la proletarización generalmente se daba de una forma más aislada con respecto a los hombres.

Con esto van apareciendo pequeñas conquistas pero 1917 lo cambia todo. La Gran Revolución de Octubre recoge el testigo del movimiento obrero e institucionaliza el 8 de marzo de la mano de la camarada Alexandra Kollontai, primera ministra de la historia, por cierto. En los primeros años de la Revolución Bolchevique la mujer rusa obtiene ya todos los derechos civiles. Se legaliza el divorcio, el aborto y las mujeres pueden optar a ser elegidas para cargos directivos o políticos. Además se conquista el principio de igualdad salarial y se protege con amplias coberturas a las mujeres que libremente escogen el camino de la maternidad. 

Algunas de estas conquistas duraron décadas en llegar a otros países, conquistas evidentemente con mucha lucha por parte de las mujeres progresistas de los sectores subalternos y ni siquiera hoy en nuestros días la mujer ha conseguido las cuotas de igualdad y bienestar que en su día logró en los países socialistas. Por tanto, es evidente quién sí y quién no ha supuesto un impulso definitivo en la lucha contra la opresión sobre la mujer y quién ha liderado la lucha contra el patriarcado. Negar esto es no tener ningún tipo de escrúpulo. 

En 1965 la URSS decreta convertir el 8M, festivo - lo era desde el principio de la institucionalización de la fecha- en día no laborable. En esta época los procesos de descolonización y liberación nacional, incomprensibles sin la aportación del socialismo científico, también incorporan la fecha en sus calendarios de nuevos estados independientes. En los años 60 es evidente que los movimientos feministas o progresistas que luchan por la emancipación de la mujer están a grandes rasgos alineados a posturas revolucionarias, difícilmente conciliables con el capital. 

En este orden de las cosas, Naciones Unidas no tiene más remedio que acabar institucionalizando el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer en 1975. Al igual que con otras cuestiones, la élite se ve obligada a ceder y "modernizarse" para seguir perpetuando la estructura capitalista. La mujer, que históricamente se ha vista doblemente oprimida y explotada debería encontrar cierta complicidad por parte del bloque capitalista, dado que la realidad material y la situación concreta no podía llevarla a otra cosa que a mirar hacia el este. 

La ONU y los países del eje otanista asumen la fecha y la institucionalizan pero despojando su denominación original, celebrando el Día de la Mujer pero obviando o borrando el concepto Trabajadora. Se busca una historia alternativa y falsa para explicar el origen de la fecha, una huelga en nada menos que 1857 que nunca se dio como tal. A partir de esto se sientan las bases para que la maquinaria jurídica, política, mediática y cultural del capital ejerzan su influencia sobre las masas. Deformando la realidad, acaban creando un discurso feminista que señala determinadas injusticias que sufre la mujer en los estados capitalistas pero sin entrar en el fondo de la cuestión y buscando la conciliación entre clases. 

Y de vuelta al comienza de esta humilde opinión, sobre nuestra actualidad más inmediata, vuelve otro 8M desideologizado y desclasado. La ofensiva liberal en este sentido ha inoculado su veneno como todos sabemos en el movimiento feminista y en las organizaciones de izquierda. Esto explica el por qué una exparlamentaria de Podemos, por ejemplo, acusaba hace unos días a una organización comunista en relación a su campaña, que defendía a la mujer obrera frente a la mujer burguesa, acusando a dicha organización de enfrentar a las mujeres y diciendo que la mujer burguesa también estaba igualmente oprimida. Otras la han apoyado con matices, llegando a oírse auténticas joyas dialécticas como que una mujer no puede ser parte de la burguesía. 

En definitiva, si no hemos tocado fondo, esperemos que nos quede poco para ello. Ante una época dónde todo es líquido, relativo y en dónde el racionalismo es visto como un elemento obsoleto, es conveniente recordar a quién sí ha formado parte de nuestra historia como clase, a quién si ha conseguido romper las cadenas de forma tangible. En este sentido, como señalaba Kollontai los seguidores del materialismo histórico aceptamos plenamente las particularidades naturales de cada sexo y demandamos sólo que cada persona, sea hombre o mujer, tenga una oportunidad real para su más completa y libre autodeterminación, y la mayor capacidad para el desarrollo y aplicación de todas sus aptitudes naturales. 

Es necesario reivindicar desde filas marxistas la cuestión de la emancipación de la mujer, por supuesto. Atacar directamente al movimiento feminista como un totum revolutum es innecesario, injusto y contraproducente, pero no podemos seguir perdiendo más tiempo comprando parches y superficialidades a la burguesía. Lo contrario es seguir perdiendo el tiempo y por ende el futuro. 

Para acabar y en síntesis de todo lo dicho: 

La mujer trabajadora protege sus intereses de clase y no se deja engañar por los grandes discursos sobre "el mundo que comparten todas las mujeres". La mujer trabajadora no debe olvidar y no olvida que si bien el objetivo de las mujeres burguesas es asegurar su propio bienestar en el marco de una sociedad antagónica a nosotras, nuestro objetivo es construir, en el lugar del mundo viejo, obsoleto, un brillante templo de trabajo universal, solidaridad fraternal y alegre libertad.

Kollontai, Los fundamentos sociales de la cuestión femenida

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