La idea de libertad y los límites del liberalismo.


             

En el presente escenario social y político, o más bien mediático, hemos asistido, algunos estupefactos, otros con observación participante (los resultados electorales lo avalan), al nuevo dilema propuesto por la derecha clásica: comunismo o libertad. Los liberales, o los que se hacen llamar así, han planteado esta dicotomía con mucho énfasis, agitando el avispero mediático del reductio ad absurdum en que los partidos sistémicos han convertido el debate político, en connivencia con los mass-media, sobremanera en los últimos años. 

No es nada nuevo que desde el llamado "fin de la historia" vociferado por Fukuyama (para el propio Fukuyama el mantra no envejeció tan bien), los países del llamado grupo atlántista, durante la Guerra Fria autodenominados "Mundo Libre", han sacado pecho del triunfo sobre el denominado socialismo real. La caída del Muro de Berlín les supuso un punto de corte histórico en el cual todas las corrientes liberales posaron juntas para la foto con su trofeo de caza mayor. Era la consagración de un nuevo orden liberal, autoproclamado campeón frente al "totalitarismo socialista o colectivista", una nueva época en la que la democracia liberal o democracia burguesa no tendría adversario, los conflictos de toda índole se irían apaciguando y nos regiríamos bajo un nuevo paradigma sociohistórico totalizador. 

Esto ha creado escuela y durante la crisis del Covid-19 hemos asistido a cómo diversos elementos y agrupaciones han enarbolado la bandera de la libertad para restringir la autoridad del Estado de regular nuestras vidas por el hecho de priorizar la salud colectiva. No es ahora el momento de valorar cómo y de qué manera se ha gestionado esta crisis mundial, la idea del presente artículo es distinta, esto era una simple contextualización de la verborrea liberal actual. 

Pues ahora que las utopías igualitarias parecen haber desaparecido o se han atrincherado y la derecha liberal clásica ha abrazado la idea de "libertad" como patrimonio exclusivo, conviene hacer un poco de memoria sobre la historia del liberalismo político y económico. 

Para empezar, la derecha concibe la democracia formal (primera y única vez que menciono de esta forma a la democracia burguesa) como un tablero de ajedrez en donde el más inteligente y estratega consigue dirigir el Estado. Esto se da siempre y cuando el paradigma establecido previamente no se rompa, de forma que puede ejercer su poder representativo durante tiempo limitado e influir sobre la legislación social y el marco cultural. De esta forma las fuerzas burguesas y sus representantes, a izquierda y derecha, legitiman las principales contradicciones del modo de producción capitalista a nivel interior, pero también hacen del imperialismo una especie de club de amigos civilizados que tratan de exportar (nunca imponer) este modelo al resto del mundo. 

No han sido pocos los que a las ideas tradicionales de la derecha liberal han querido pegar la idea de justicia social, promoviendo una suerte de socioliberalismo poco distinto del liberalismo clásico. Los marxistas, que creemos en el materialismo histórico y lo utilizamos como instrumento y guía para el estudio de los procesos sociales e históricos, hemos de ser los primeros en reconocer el papel progresivo que supuso para parte de la humanidad el ascenso al poder de la burguesía frente a los escombros de un orden feudal que se descomponía. Tampoco podemos quitar valor a la aportación a las ciencias sociales y políticas del liberalismo, que desde 1789 viene moldeando nuestras sociedades, con más o menos suerte y más de lo que nos hubiera gustado. Tanto Engels como Marx en el Manifiesto Comunista hacían referencia a este papel dinamizador y de avance de la clase burguesa, para luego hacer una enmienda a la totalidad en lo que sigue de texto. 

A decir verdad, el paradigma liberal a día de hoy lo permea todo en nuestra vida y es un dogma de fe ya instaurado con éxito que nada más que unas condiciones objetivas y subjetivas del sistema capitalista podrán llevar a juicio. Pero si atendemos a los grandes estados popes de esta corriente filosófica y política (Inglaterra, Francia y Estados Unidos) y hacemos un poco de memoria la idea de libertad nunca ha dejado de estar marcada por el sesgo de la desigualdad. Junto a estos estados anteriormente citados hemos destacar el papel holandés, olvidado hoy, pero cuyo Estado, después de acabar con el dominio español, emprende la primera gran revolución liberal real del continente, paradógicamente marcada por la defensa práctica y teórica del tráfico de esclavos de forma tan explícita como sonrojante. 

Cuando se inicia la Gran Revolución Francesa la burguesía, en una primera clase maestra de populismo, no deja de hacer apelaciones a los sectores subalternos o tercer estado, denunciando la depauperación constante de las condiciones de vida de estos últimos y ofreciendo una alternativa pseudoigualitaria. Por otro lado, la burguesía toma ya la bandera de la libertad en un amplio abanico de cuestiones y genera una serie de reivindicaciones populares, mientras va generando una especia de nueva apología hacia el individuo y su libertad personal frente al Estado y la sociedad en su conjunto. 

Madurado el nuevo orden revolucionario, previa liquidación de jacobinos y con la puesta en escena del bonapartismo, la burguesía va poco a poco sesgando sus proclamas de libertad en pro del beneficio de mercado y la dominación política estatal sobre los sectores que venden su fuerza de trabajo para comer. Esta etapa llega al clímax con la liquidación (física) en 1871 de la Comuna de París y mientras la historia nos muestra una nueva clase e ideología ascendente (clase obrera y socialismo respectivamente) nos pone al desnudo los límites de la ideología liberal, ayer liberadora y garante de derechos y libertades, en ese momento ya último eslabón de la dominación de clase.

1848 y 1871 fueron momentos clave para entender el nuevo papel reaccionario de la burguesía y muestra de la nueva forma dominación de clase en buena parte de Europa. Al tiempo, el siglo XIX, mientras nos hablaba de las bondades y del nuevo humanismo de la burguesía, nos iba mostrando a grandes rasgos las apetencias colonizadoras liberales. Mientras en los estados colonialistas el poder político edificaba un nuevo modelo representativo (exclusivo para los ricos) autodenominado democrático, los estados liberales emprendían la mayor aventura opresiva de la historia hasta la fecha sobre los pueblos colonizados. 

En este sentido, previo a la I Guerra Mundial nos encontramos una gran cantidad de episodios que dejan al desnudo los límites de la libertad en el liberalismo. Los apologistas de la apertura de mercados y la libre competencia no dudaban en utilizar polizontes para acabar con huelgas en sus propios dominios, implantaron un régimen de supremacía racial en los mismísimos Estados Unidos y expoliaban y ejercían una férrea dictadura en sus colonias, provocando diversos genocidios. Todo ello por supuesto, representando a un capitalismo civilizador y una Revolución Industrial cuya acumulación originaria estaba sufragada en base al tráfico de esclavos, o ganado humano, como eran oficialmente considerados por ejemplo los negros en EEUU. 

La entrada en el siglo XX y la irrupción de las contradicciones y conflictos abiertos entre este tipo de estados condujo de forma irremediable a la I Guerra Mundial. En efecto, diversos estados cuyo seña de identidad era la "democracia", la libertad y autonomía del ciudadano frente al Estado y la libertad de empresa y comercio se vieron envueltos en la hasta el momento mayor matanza de la historia. La dialéctica entre estados y el choque interimperialista abocó al mundo a la I GM, azuzando el chovinismo nacional y regando Europa y otras latitudes mundiales de sangre. La libertad y la democracia quedaban ahora, en un momento fundamental en la pugna por la supremacía colonial y económica en un segundo plano. 

Ni que decir tiene tampoco, que todos los apologistas de la cosmovisión burguesa de libertad no tuvieron ningún reparo en invadir Rusia (14 potencias mundiales) para apoyar la reacción interna una vez los bolcheviques habían tomado el poder. La Guerra Civil Rusa (que no fue tal en realidad) confirmó los límites de los valores políticos y jurídicos de los estados dominados por la burguesía. Por lo tanto, como se demostró en diversos momentos del siglo XIX, el primer cuarto de siglo del siglo XX, evidenció a todas luces el papel reaccionario de la burguesía dentro de un modo de producción capitalista ya asentado. 

Así pues, el breve siglo XX evidenció todavía más los límites de la libertad dentro de un marco capitalista. Mientras los capitalistas y sus voceros alababan como seña de identidad de sus sociedades la libertad del ciudadano, mientras acusaban de totalitarismo a los soviéticos, reprimían con extrema dureza al movimiento obrero y popular en el interior de sus naciones. Al tiempo, ejercían, como hemos dicho ya de forma continuada aquí, mano de hierro en unas colonias, en las que colono y colonizado tenían un rol profundamente antagónico, no condicionado por la cultura o la superestructura, sino por la propia legislación vigente. 

Centrándonos en el contexto actual, está muy en boga ahora los que se autodenominan libertarios, que dicen recoger lo mejor de la tradición liberal pero entienden que el Estado como tal ya les es prescindible. Lo cierto es que todos los grandes popes de esta escuela no dudaron en abrazar el poder y la coerción estatal cuando tuvieron que echar mano del propio Estado. Por supuesto, los Chicago Boys y Chile son paradigma de esta corriente y esta gran contradicción, pero tenemos todo tipo de ejemplos por todo el mundo. 

Cuando la clase obrera y los sectores progresivos han puesto en jaque al poder político y han tenido opciones de acceder al poder estatal los liberales de toda índole no han tenido problema ninguna en engordar el burocratismo estatal y suprimir derechos y libertades individuales. No estoy haciendo alusión en este párrafo exclusivamente al fascismo, estoy refiriéndome más bien a sectores liberales de toda índoles. 

Hoy en día, cuando la política mainstream fija una agenda tan absurda en torno al concepto de "libertad", recordemos la última campaña electoral de Isabel Díaz-Ayuso, los marxistas y la clase obrera consciente debemos trazar una gran trinchera moral, ideológica y cultural frente a estos discursos. Mientras la izquierda pop y reformista entra al trapo de la trampa que le tiende la derecha, nuestra posición ha de ser bien clara: no hay libertades menores mientras no se de un escenario en el cual se garanticen las libertades mayores. 

El discurso idiotizante actual no es de nuestra incumbencia. No podemos caer en su paradigma y en su círculo discursivo. Nuestra tarea es transformar todos los aspectos sociales que nos rodean, promoviendo que la clase trabajadora construya un marco cultural, político e ideológico que rompa a marras con el paradigma liberal actual. Es evidente que para que esto se de al 100% no sólo tenemos que construir el poder popular y tomar el poder del Estado, pues una vez hecho esto último, también deberíamos desarrollar una Revolución Cultural que transforme la psique social. Una vez emprendida la tarea los marxistas podremos ofrecer al Pueblo Trabajador una conceptualización nueva alrededor del concepto de libertad. 



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