Reflexiones sobre las movilizaciones en torno al encarcelamiento de Hasel.
Los últimos días han venido marcados por las movilizaciones surgidas a raíz del encarcelamiento de Pablo Hasel. Los medios han puesto el foco principal en la violencia que se ha dado en determinadas convocatorias y han pasado de puntillas sobre las causas del encarcelamiento de Hasel y el debate sobre la libertad de expresión.
Sobre el debate de la libertad de expresión no se va a ahondar mucho en este texto. Burgueses, policía, políticos, fachas y elementos fascistas tienen total libertad de expresión en este Estado y se han dado continuamente casos de personas o colectivos que han tenido problemas con los límites de sus propias expresiones, eso si con un sesgo hacia la denominada izquierda política.
La libertad de Pablo Hasel es una reivindicación legítima por distintas razones. En primer lugar es injusta, los marxistas han de apoyar ideas justas y sencillamente un rapero de ideología comunista (con determinadas desviaciones ultraizquierdistas, si) ha sido encarcelado por decir cosas. Así de simple pero así de crudo. En un Estado en el que unos militares pueden fantasear con la muerte de 26 millones de personas o no cualquier juez habla de ilegalizar partidos políticos totalmente alienados al propio régimen pedir la libertad de Hasel es además denunciar el doble rasero del Estado a la hora de juzgar la pretendida libertad de expresión.
No obstante, un marxista ha de ser honesto sobre los términos en que se habla del derecho a la libertad de expresión. Los marxistas no pueden reclamar la libertad de expresión del individuo o de prensa en abstracto como puede afirmar un liberal. El Estado es un instrumento de dominación de una clase sobre otra y tal cómo afirmaba aquella famosa frase, la libertad de expresión no deja de ser la libertad del dueño de la imprenta, de quién tiene el capital. Basta con encender la televisión. Sería deshonesto por tanto hablar de libertad de expresión desde filas marxistas o revolucionarias desde una óptica neutra ya que eso no existe.
Por otro lado la petición de libertad para Hasel ha generado un elemento aglutinador de descontento que excluye a elementos reaccionarios en las calles en un momento pandémico en que este tipo de elementos también se han decidido a pisar la calle. Y esto viene a que hemos visto movilizaciones, en las cuáles también ha estallado violencia, en las que no estaba claro la naturaleza ideológica de las mismas, aunque ha habido casos claros dónde estas movilizaciones si estaban comandadas por grupos fascistas.
Por tanto, estas movilizaciones canalizan el descontento popular o juvenil de personas que protestan por un hecho aglutinador que es la libertad de Hasel pero que muestran distintas peticiones heterogéneas marcadas por una sensación común de fracaso generacional. Pero no es oro todo lo que reluce.
Estas movilizaciones, que no han sido pequeñas, han mostrado cómo el aparato represivo estatal se ha visto atacado pero a su vez ha mostrado su peor cara, han sido señaladas por todos los medios de comunicación como de extrema violencia. Obviamente siempre poniendo el dedo acusador en los manifestantes y no en los funcionarios del Estado, avezados a repartir alegría y amor entre la gente humilde siempre.
El problema es que es evidente el carácter espontaneista de estas movilizaciones, con una juventud frustrada con cada vez menos sustrato ideológico y unas organizaciones políticas, revolucionarias o reformistas, que están en todo y no están a nada concreto. Esto hará que el debate y la lucha por la libertad de expresión se vayan diluyendo y vayan pereciendo, al igual que otras reivindicaciones que han ido surgiendo en estas movilizaciones. Sin una dirección política y una base de mínimos programáticos toda dinámica movilizadora está condenada a pasar sin pena ni gloria a la nada.
Obviamente hay elementos positivos como los que se han expuesto arriba y básicamente no se puede juzgar por este espontaneismo a los que están dando la cara en las calles frente a un Estado que no es una democracia burguesa al uso, dada su endémica fascistización. La ausencia de organizaciones políticas o frentes de masas sólidos que sean capaces de comandar y dar una visión estratégica y rupturista a este ciclo de movilización popular es el principal factor de la naturaleza espontanea de este movimiento. Una izquierda mainstream de la indefinición o posmoderna tampoco ayuda.
Es fundamental construir redes primero de formación ideológica para la juventud, es fundamental que la juventud que se ha visto golpeada por dos grandes crisis sistémicas casi consecutivas sepa guiar su frustración generacional en una respuesta histórica frente al sistema capitalista. Otras redes que son necesarias construir, a falta de un referente político, El Partido, hablando en términos clásicos, son las programáticas en la calle. En este sentido fue interesante la experiencia de la anterior crisis de las Marchas de la Dignidad, con un programa de progreso que aunó a mucha gente de distintas corrientes anticapitalistas bajo unas demandas de mínimos pero comunes.
Los últimos escándalos de la institución monárquica y las propias razones que han llevado a Hasel a prisión, entre otras cosas por contar hechos probados de la realeza, demuestran que la lucha contra la monarquía puede ser otra red a tejer en nuestros días. Hay razones obvias que señalan que la monarquía española pasa un momento delicado y ante un escenario de atomización de las fuerzas progresistas en el Estado sería interesante hacer un frente común republicano popular para comenzar a generar sinergias.
Por ello, a sabiendas que este estallido social se va a ir diluyendo pero teniendo ya presente la enorme catarsis sociopolítica y económica que va a traer la postpandemia, es hoy ya evidente comenzar a generar puntos de encuentro que reúnan voluntades pero que sobretodo consigan superar este espontaneismo.
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