A 30 años de la desintegración de la Unión Soviética.


   Este pasado 25 de diciembre, se conmemoraban 30 años desde la que la bandera soviética era arriada en Moscú y sustituida por la bandera rusa. En un mundo de redes sociales muchos han hecho referencia a la efeméride desde distintas ópticas. Unos, liberales, ya se autodenominen como progresistas o conservadores, han celebrado la fecha como un triunfo de la democracia (formal) sobre el totalitarismo soviético, haciendo también alusión a la tan cacareada libertad de mercado. Otros, alienados a postulados de izquierda o marxistas han conmemorado la fecha haciendo recuerdo de las aportaciones de la civilización soviética o poniendo el foco en la catástrofe geopolítica y social que supuso el acontecimiento. Otros marxistas sin embargo han hecho una fuerte crítica de los últimos decenios de existencia de la URSS, sacando del armario viejos conceptos como socialimperialismo soviético. 

Lo cierto es que la rueda de la historia sigue y la URSS no existe ni algo similar tiene visos de reconstituirse en ese ámbito geográfico que comprende Eurasia. También es cierto que la creación del primer Estado de obreros y campesinos y su final sigue generando muchas pulsiones, pues es evidentemente que el fin del sueño soviético lleva condicionando nuestra realidad durante estas tres décadas, tanto en la Europa del Este que acaparó como en todo el mundo, por supuesto también en nuestro ámbito geopolítico, Europa Occidental. 

Si leemos literatura prosoviética de última época no son pocos los que caen en un reduccionismo de conspiraciones para explicar el remate soviético, lo que es hoy imposible de mantener de forma rigurosa. Es totalmente real que los principales personajes que ocuparon las altas instancias en los últimos tiempos del periodo soviético hicieron una evidente labor de zapa para acabar con el Estado. La Glásnot o la Perestroika acabaron siendo instrumentos políticos e ideológicos que no sólo no ayudaron a mantener al poder soviético y extenderlo a las masas populares, sino que directamente fueron dinámita para la restauración formal del capitalismo. Pero no todo fue tan sencillo y cortoplacista. 

Si hacen una observación de la URSS de los años 80 es evidente que los problemas estructurales se amontonaban. La tensión económica mantenida entre el Bloque Socialista y el capitalista por décadas había generado un gran agujero en la economía soviética, con una estructura productiva cada día más anquilosada y con muchas dificultades para dinamizar un crecimiento económico que se estaba convirtiendo en regresión. El hecho de que se introdujeran medidas de liberalización en el mercado soviético generó un caos ya antes de la caída de la URSS, unas medidas abiertamente capitalistas pero aplicadas por un Estado autodenomiado socialista, pero que no consideró emular a Lenin y su explicación al pueblo del periodo de la NEP.

En el ámbito ideológico no vamos a profundizar. Pero desde la llegada de Nikita Khrushchev a la secretaría general del PCUS hasta el liquidador Gorbachov pasaron décadas de estancamiento ideológico y político, desde la política de coexistencia pacífica con el imperialismo, pasando por determinados injerencismos interesados y siendo el epitafio las últimas reformas citadas dos párrafos antes. La estructura apolillada del Partido, con una distancia enorme entre los altos mandos del Partido y el resto de cuadros, por no hablar del conjunto de la sociedad soviética y la creciente burocratización tampoco presagiaban nada bueno en este sentido. 

Por tanto, los ingredientes estaban todos dados para que la catarsis acabara siendo realidad y así sucedió. A nivel exógeno es evidente que el campo imperialista puso toda la carne en el asador para que la URSS sucumbiera ante la propia historia. Desde la CIA, la OTAN, think-tank nacionalistas, liberales o socialdemócratas y el propio Vaticano todos pusieron desde su parte para cumplir el sueño de la reacción internacional. Es innegable cómo el sistema invirtió e invirtió de forma ilimitada capital y recursos para acabar con el Bloque Socialista. 

Lo cierto es que la bandera de la hoz y el martillo quizá seguiría en el Kremlin si no se hubieran dado todos estos condicionantes, pero se dio la "casualidad" que en ese contexto todo convergió en un mismo punto y hacia una misma dirección. En otras palabras, no podemos caer en reduccionismos de toda índole. Ni Occidente ganó por sí mismo una guerra contra el totalitarismo comunista, ni todos los miembros del Comité Central de la URSS fueron responsables de una conspiración y traición a los principios del Estado Soviético, ni todo colapsó por pura naturaleza, como si estuviéramos hablando de un hecho biológico. 

A la hora de analizar el recorrido de la Unión Soviética, su auge y su caída, debemos tener en consideración todos los elementos posibles, pues estamos ante uno de los fenómenos geopolíticos más complejos e importantes del siglo XX y que sigue determinando el XXI. Es necesario que muchos marxistas huyan del folclorismo soviético, la autocomplacencia con todo lo que supuso la URSS y empiecen a ser más críticos y analíticos. No se trata, como se dice ahora, de superar la pérdida de la URSS, sino más bien hacer de la experiencia soviética una herramienta más para futuro en el cual está todo por ganar a día de hoy, analizando aciertos, gestas, errores e incluso horrores. 

Tampoco es válido un análisis muy común hoy, que desecha toda la construcción soviética post-XX Congreso, caracterizando sin ningún matiz esa época posterior a la muerte de Stalin como de revisionista y de retorno al capitalismo. No se trata de que todo militante o estudiante del socialismo científico actual tenga un conocimiento ontológico de toda la experiencia soviética para aprender de aciertos y errores, se trata más bien de reequilibrar el marco del debate y el estudio de esta experiencia en beneficio de un futuro socialista. 

Lo que todo antiimperialista y progresista si ha de hacer es acabar con la campaña mediática permanente anticomunista,  combatir el Paradigma Anticomunista haciendo analogía con Grover Furr. Frente a los ataques de las ideologías plegadas a los intereses del capital es necesario construir una nueva pedagogía comunista que sin obviar los errores del pasado ponga en valor todo lo que supuso la creación del primer Estado concebido para los intereses de las masas trabajadoras. 

Puede ser necesario refutar ataques sobre purgas, holodomor, burocratismo o primaveras de Praga, pero sería más adecuado explicar a los trabajadores de Europa Occidental cómo les ha ido desde que se desintegró la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia, por ejemplo. Cómo un mundo que ha sido hasta hace poco unipolar ha depauperado las condiciones de vida de la clase trabajadora de aquí o allí o cómo el sueño húmedo de Fukuyama de El Fin de la Historia se ha visto superado por la vigencia de la lucha de clases y las crisis sistémicas del sistema capitalista. 

En definitiva, desde el fin formal de la URSS como tal, hemos asistido a innumerables reestructuraciones del mercado en forma de crisis cíclicas cada vez más agresivas con los trabajadores. El Estado del Bienestar que usaba la burguesía para contener vías revolucionarías está siendo desmantelado vía rápida y a nivel sociológico vemos cómo el individualismo se va imponiendo más y más. Vemos también como lo único que es capaz de cohesionar un poco a la población o al menos sacarle un sentimiento y accionar es el chovinismo más reaccionario. Con o sin Unión Soviética esto quizá estaría pasando, pero llama la atención el acelerón que ha dado el proceso de liberalizarlo todo desde 1992, desde los servicios público a la mentalidad de comunidad. 

Necesitamos repensar una nueva unión de soviets, explicar por qué la propuesta del socialismo científico es mejor que esta barbarie que vivimos y rescatar lo mejor de nuestro pasado revolucionario sin caer en idealizaciones, simplemente desde la honestidad. Mirando al pasado idealizado y sin superar determinados fraccionalismos del pasado (prosoviéticos, maoistas o hoxhaistas tirándose los trastos a la cabeza) no se va a transformar nada hoy. Necesitamos al fin y al cabo más marxismo y menos letra muerta. 

A 150 años del primer intento, la Comuna de París, las condiciones objetivas siguen haciendo que el modo de producción capitalista sea relegado al basurero de la historia, debemos empezar a ser creativos para que las condiciones subjetivas vayan dándose y buscar la división en las experiencias del pasado no es el camino. La lucha ideológica es algo natural e inevitable pero no se ha de convertir en un círculo vicioso, ha de ser, por contra, el motor que genere una línea correcta y real de la vía al socialismo en nuestros días. Construyamos una alternativa. 

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