Problemas en el jardín imperialista.
Una aproximación a la llegada de Trump a la Casa Blanca.
La llegada de Donald Trump al despacho oval de la Casa Blanca, sin duda, ha puesto de patas arriba el orden imperialista internacional y ha derivado en una serie de modificaciones del status quo dentro del bloque que podríamos denominar como centro imperialista.
Durante décadas, Estados Unidos ha sido el guía de las políticas estratégicas del resto de sus tradicionales aliados, a saber, buena parte de los países latinoamericanos y Canadá en su propio continente, los países de la Unión Europea y la OTAN en nuestro continente y otros estados plegados al dictado yanqui en Oceanía o Asía, por ejemplo, Australia, Corea del Sur o Japón. Por supuesto, las petromonarquías del Golfo o Israel entran dentro de este bloque totalmente obediente a Washington.
Desde la desaparición del campo socialista, EEUU dictaba y el resto de estados obedecían dichos dictados en materia política, geopolítica, económica, etc. pero Trump ha llegado para que, si bien esto no vaya a dejar de darse en su totalidad, comiencen a surgir una serie de conflictos y contradicciones dentro del centro imperialista que parecen emerger con fuerza con la llegada del nuevo año 2025.
La conformación de un nuevo orden internacional durante los últimos lustros, orden en el cual estados como Rusia, China o La India han emprendido su propio camino de desarrollo y alianzas estratégicas de nuevo cuño, ha roto la dinámica surgida en la arena internacional tras la desaparición del anteriormente citado campo socialista.
Efectivamente, el mundo ha dejado de ser unipolar y procesos como la irrupción de los países agrupados en los BRICS da buena cuenta de ello, países que no siguen otra dinámica distinta a la de la ganancia capitalista, pero que ciertamente están poniendo en práctica una política, tanto interior como exterior, que deja en muy mal lugar al centro imperialista, liderado por EEUU casi como hegemón exclusivo tradicionalmente.
La creciente cantidad de alianzas estratégicas entre países en vías de desarrollo y los precursores del bloque de los BRICS han debilitado profundamente tanto la economía como la reputación del bloque imperialista que supuestamente la OTAN protegía en términos militares. Todos los días, por ejemplo, vemos como la imagen internacional de Israel se hunde todavía más en el fango, países de África emprenden caminos distintos y retornan a la lucha por su soberanía frente al imperialismo o el dólar pierde peso en las relaciones económicas internacionales. Son síntomas de que un nuevo mundo está pariendo, un mundo donde la multipolaridad y la multilateralidad pasará a tener mayor peso, lo que no es equivalente a afirmar que las dinámicas imperialistas vayan a desaparecer, pues sin tocar la propiedad y las relaciones sociales capitalistas dicho horizonte es inviable.
Pero como aquí se esboza, el mundo está cambiando más rápido que de costumbre y parece que los estados de la OTAN, con EEUU a la cabeza, van perdiendo fuerzas frente a las estrategias multipolares que por todo el planeta estamos viendo. EEUU, como estado imperialista y sociedad, es consciente de este proceso desde hace ya bastantes años, eso explica el éxito del eslogan trumpista Make America Great Again. El hecho de que Trump gane su segundo mandato con una mayoría tan aplastante frente a la continuista Kamala Harris, confirma este sentir popular dentro de la nación norteamericana. Trump ha prometido recortar gasto en todos los tentáculos que el imperialismo estadounidense tiene por el mundo (lo ocurrido con la USAID es muestra de ello), apostar por una cierta vuelta a la tradición aislacionista norteamericana y solucionar conflictos bélicos como el de Ucrania y Rusia.
Pero, ¿quiere esto decir qué Trump presenta un proyecto dónde EEUU tiene un proyecto menos agresivo y nocivo para el mundo? ¿Rompe la política de Trump en algún aspecto el papel de hegemón del imperialismo? ¿Busca realmente Trump un escenario que pare la dinámica de militarismo creciente que hemos vivido en los últimos años?
Ante estos interrogantes, un análisis científico y materialista no puede responder de forma afirmativa a ninguno de ellos. Para empezar, Trump es consciente del declive en todos los aspectos de EEUU como nación hegemónica, pero tiene una receta un tanto distinta a la que cierta facción de la oligarquía yanqui podría dar en este momento, por lo que ha primado los intereses y las recetas de otra facción oligárquica.
Ciertamente, Trump busca retomar cierta soberanía interna como solución a los innumerables problemas sociales y económicos que sufre su sociedad y la política estrella de esta vuelta a la soberanía interna es un proceso de fuerte reindustrialización. Podría resultar obvio, pero EEUU enfrenta un nuevo ciclo de recesión económica y es una sociedad altamente endeudada, lo que pone este proceso en serias dificultades. Para dudar de la receta trumpista no podemos dejar de lado, por supuesto, la actual crisis del valor, esto es, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia capitalista, lo que hace evidente la dificultad de procesos de acumulación y redistribución de capital en términos expansivos.
Sobre Trump se han dicho muchos calificativos, pero si uno se acerca a la realidad es que es un outsider, esto es, un tipo que trata de imponer su criterio personal y político a los dictados del estado profundo, de ahí la campaña mediática contra el presidente estadounidense actual. Apostar, por tanto, por la reindustrialización hace que Trump supedite la guerra militar exterior a la guerra económica que está emprendiendo vía sanciones, regulaciones o aranceles, algo que toca los intereses de ciertas facciones burguesas de EEUU y otros estados imperialistas que tenían una relación estrecha con estos sectores.
Una de las caras visibles de esta facción oligárquica perjudicada por la política de Trump es el complejo militar industrial y sus numerosos e influyentes lobbys. El plantón de la Administración Trump hacia la guerra sostenida en Ucrania por EEUU y sus aliados atlantistas ha hecho mucho daño en las cuentas corrientes de muchos capitalistas. El lobby armamentístico promovió una guerra en el este de Europa con la que el estado profundo yanquí concordaba para debilitar la dinámica de desarrollo de la Federación Rusa, importante competidor. Así asistimos a una guerra proxy en Ucrania con la que muchos ganaban, pero ahora el feliz matrimonio entre capitalistas que fabrican armas y el estado parece romperse de forma abrupta. Ante esto, la Europa del capital, tan acostumbrada a seguir los dictados yanquis y sus predecibles movimientos, no hace desde este momento más que mostrar su estupefacción.
Pero no nos engañemos, Trump busca precisamente una cosa bastante complicada de realizar, con independencia de sus recetas, esto es, situar a EEUU como único hegemón de los países de la cadena imperialista, volver a dónde ya no se puede volver. Su retórica no belicista no es más que una pose para ganar tiempo frente a nuevos desafíos bélicos. Su política económica exterior, que parece que va a ser tremendamente agresiva, engendra en sí misma más gasolina al fuego de la deriva militarista que vive este imperialismo agonizante, condenado por su actual fase histórica a ver en la barbarie su último resorte para alargar su agonía.
Estados Unidos está viviendo con la llegada de Trump una gran pugna intraburguesa, en la cúal unas facciones pierden poder e influencia frente al Estado mientras otras salen ganando. Es algo propio y natural de todo estado capitalista y forma parte de las dinámicas inherentes a la lucha de clases. Los discursos y relatos que nos llegan o nos hacen, por ejemplo desde Europa, no son más que caricaturas de lo que realmente pasa dentro de EEUU y sus derivadas exteriores, de las que ahora vamos a hablar un poco.
Pugnas, desencuentros y relaciones tóxicas que se rompen.
Desde que acabó la llamada II Guerra Mundial, EEUU impuso su bota sobre los países europeos que sufrieron el conflicto y la convulsa década previa a la gran guerra. No hay que ser historiador para saber que EEUU se metió en la II Guera Mundial tarde, cuando las potencias del eje ya estaban retrocediendo y con una estrategia que le libró de vivir en su suelo la barbarie que arrasó a más de cuatro quintas partes del planeta. Así pues, EEUU se impuso sobre los estados capitalistas como claro hegemón y comenzó, Plan Marshall mediante, a dictar la forma política y geoestratégica que tendría la reconstrucción de Europa.
Desde entonces, si algo ha caracterizado a las élites políticas y económicas europeas, no ha sido otra cosa que su sometimiento a las directrices del imperialismo yanqui. Un sometimiento donde tanto el capital imperialista de un lado del Atlántico como el del otro se coordinaban para combatir al campo socialista, los movimientos populares y revolucionarios internos o mantenían la opresión colonial, pero todo ello con un claro director de orquesta. Esta dinámica de tutela yanqui dentro del centro imperialista tuvo su culmen y su mayor ejemplo de puesta en práctica en 1949, con la fundación de la OTAN, alianza militar entre los países del centro imperialista europeo y EEUU para "repartir democracia por el mundo" a base de bombardeos y genocidios, cuyo sentido inicial era crear una red de seguridad militar frente a los países del campo socialista.
Desde 1949 han acaecido muchas cosas alrededor de la trayectoria otanista o atlantista, pero es evidente que ha habido varias dinámicas sostenidas en el tiempo, a saber:
- EEUU ha sido el socio de la OTAN que más ha contribuido a su fuerza global en todos los términos: unidades, tecnología, presupuesto, liderazgo político, etc. Hoy en día esto sigue siendo así, cerca del 70% de las fuerzas y presupuesto de la actual OTAN tienen procedencia estadounidense.
- El capitalismo europeo ha aprovechado tradicionalmente el paraguas defensivo que le ofrecía la OTAN para combatir a su propia disidencia o mantener el orden colonial. Cuando no ha podido mantener el orden colonial formal no ha dudado en acudir a las estructuras de la OTAN para mantener dinámicas globales neocolonianistas.
- Si bien ha habido varios desencuentros históricos, como el protagonizado por la Francia de De Gaulle, la OTAN ha sido un instrumento útil de EEUU para tener bajo control a las sociedades europeas y sus posibles transformaciones.
- La OTAN no ha dejado de crecer desde que cayó el campo socialista, lo que demuestra que la alianza militar no estaba concebida únicamente contra los estados que se declaraban socialistas, más bien se constituye como el brazo armado de las oligarquías del centro imperialista para mantener el estado de las cosas y sus ganancias.
Como se ha dicho, la llegada de un outsider como Trump a la presidencia de EEUU hace que ahora todos estos consensos de casi tres cuartos de siglo se comiencen a resquebrajar. Así, la vía que Trump explora ahora para mantener a EEUU como hegemón imperialista choca frontalmente con el alienamiento que tradicionalmente se daba entre diferentes facciones imperialistas y esto ha cogido con el pie cambiado a buena parte de las élites en Europa.
Tanto EEUU como ese entramado de intereses capitalistas europeos que representa la Unión Europea chocan ahora en la forma de relanzar la ganancia capitalista. Trump confía en desarrollar un periodo expansivo sin necesidad de recurrir a la manu militari por un tiempo, mientras que la UE percibe su debilidad en el caso de que no se recurra a la escalada belicista, pero paradogicamente es del todo débil en términos militares en comparación con EEUU, China o Rusia.
Y que no se confunda nadie, Trump no es ningún pacifista, pero difiere en su estrategia con la UE, que ha apostado todo a la carta belicista inmediata, carta que en parte venía mayormente financiada con capital norteamericano. Así pues, mientras la Administración Trump se acerca progresivamente a la Federación Rusa para paralizar la guerra entre la OTAN y Rusia en Ucrania, la Unión Europea no deja de echar más leña al fuego y torpedear cualquier situación que llegue a una salida pacífica, volviendo a instrumentalizar al estado ucraniano y su títere Zelenski.
Los estados de la Unión Europea han visto saltar por los aires toda la dependencia militar que tenían con respecto a EEUU y, si bien el complejo militar industrial seguirá haciéndose de oro, temen tener que explicar a sus poblaciones que es necesario recortar de todos los sitios para entregarlo todo a "la defensa". El "jardín europeo", que decía el miserable de Josep Borrell, se enfrenta a una situación de tensionamiento social que puede acabar con más de un sector de la élite europea tocado.
La maquinaria mediática, a izquierda y derecha, no ha parado de agitar la rusofobia y la necesidad del rearme europeo como prioridad en los últimos días, conscientes de que sin la violencia imperialista el valor económico y geoestratégico de la Unión Europea en el orden internacional pasa a valer muy poca cosa. Poco importa lo sonrojante del relato mediático, hay muchos intereses en juego.
La propaganda llega a un punto de ser vergonzante, pero no es para menos, las oligarquías europeas temen que su rol en el mundo pase a ser marginal entre tanto auge del multipolarismo y el peso del capital yanqui dentro de su bloque. Y sobre todo, temen la reacción de una población trabajadora que, si bien mantiene sectores de aristocracia obrera todavía gracias al rol imperialista, no ha parado de sufrir un papel de depauperación en sus condiciones de vida desde la crisis de 2008.
La guerra comercial que plantea Trump, cuyo principal objetivo es debilitar a la República Popular China, debilita al capital europeo, que no tiene otro remedio que acuartelar a sus propias sociedades "en interés de la democracia y la libertad". En este sentido, la guerra en Ucrania se ha vuelto para el capital europeo en un conflicto casi existencial, aunque la mayoría de la población no lo vea de igual manera. Y el capital europeo, en parte por su dependencia vergonzante de las dinámicas historicamente impuestas por el estadounidense, se ha quedado con muy poco margen de movimiento en la actual escena internacional.
Es del todo improbable que la Europa del capital y su hegemón, Estados Unidos, acaben consumando por completo el divorcio. Pero hemos de permanecer muy atentos a la actualidad geopolítica y las contradicciones que ya han surgido y van a surgir entre las diferentes oligarquías en el centro imperialista, incluso a las pugnas intraburguesas que se van a ir desarrollando en el interior de cada país a raíz de esta dinámica global actual.
El papel de la clase trabajadora y los sectores populares ante la actual situación.
Ante esta suerte de desencuentros y pugnas dentro del jardín imperialista, la clase obrera y los sectores progresivos de la sociedad tendrán que optar, como se tuvo que optar en otras ocasiones en el pasado siglo, entre cañones o mantequilla. No está en manos de los trabajadores europeos cambiar la situación interna de los EEUU, solo la clase trabajadora estadounidense tendrá la capacidad algún día de retomar el camino de la emancipación y cambiar la dinámica interna en su propio país. Pero los trabajadores europeos si tienen, o deberían de tener, entre sus manos otras tareas fundamentales.
Lo que ahora apremia es detener la escalada militarista que los burócratas de la UE plantean, una escalada que nada más podrá sostener los intereses de cierta facción burguesa en Europa pero que al resto llevará a caminos poco recomendables de transitar. La necesidad de incrementar el gasto militar puede ser una forma de cuadrar las cuentas de algunos grandes conglomerados capitalistas en Europa pero también puede ser una herramienta útil para la fascistización de nuestras sociedades.
La dinámica decreciente del capital, cada vez con más problemas para autorreproducirse por fenómenos como la multipolaridad que se citaba antes o por la irrupción de la tecnologización en los procesos productivos y distributivos, llevaba años planteando el debate sobre la conveniencia o no de los recortes en servicios públicos. La Europa del capital ahora ve en la escalada belicista y su relato un complemento ideal para abordar este proceso de desregulación de las prestaciones públicas que ofrecían los estados para la mayoría social. El contexto es la ofensiva belicista para ello, pero las herramientas son el miedo y las fobias que crean en nuestras sociedades mediante propaganda superficial.
Declaraciones tales como las hechas por el señor Macrón, que ha llegado a plantear públicamente la opción de enviar tropas francesas a Ucrania o emplear arsenal nuclear contra la Federación Rusa, dado que Putin también puede tener esa carta, no garantizan que nuestras sociedades no se vean abocadas a procesos de reclutamiento forzosos en el medio plazo. Día a día, los políticos más alienados a la facción Von der Leyen, no paran de sorprendernos con sus declaraciones inflamables. En este sentido, ya no solo hablamos de nuestras condiciones de vida frente a la ganancia capitalista, sino de nuestras propias vidas en su sentido más literal.
Por tanto, debemos estudiar y señalar a la sociedad todas estas contradicciones que se están dando dentro del centro imperialista, pero sobre todo debemos parar la deriva belicista, que es ahora lo más inmediato, dado lo real de dicha deriva para nuestras condiciones de vida y nuestro futuro. Los destacamentos más conscientes han de comenzar a elaborar una estrategia de propaganda intensiva contra las razones que llevan a la Europa del capital a militarizar nuestras sociedades y señalar a todos los títeres al servicio del discurso de los imperialistas europeos, desde los sectores más reaccionarios a los sectores de la progresía.
En El Congo, la costa siria, Gaza o Kursk ya han probado las recetas de las grandes corporaciones armamentísticas y éstas no han provocado más que dolor y miseria para miles y miles de familias. Esto solo en las últimas semanas. ¿Vamos a probar todos dicha receta para el beneficio de cuatro capitalistas o vamos a retomar la senda del camino de la solidaridad de clase y la transformación social?
En la actual tesitura, es necesario volver a plantear como originariamente hizo Engels en su día la dicotomía "comunismo o barbarie". La clase trabajadora ha de recuperar su independencia política y la ofensiva capitalista actual amenaza con recortes y también con drones nuestra existencia, todo al servicio del altar de la "guerra por la paz, la democracia o la libertad". Frente a ello, utilicemos la deriva belicista para reagrupar fuerzas y plantear que la clase obrera de los estados europeos no necesita de la Unión Europea o la OTAN, sino que necesita paz, pan y techo, lo que por cierto, solo conquistará con dignidad retomando el camino de la lucha por la revolución y la construcción de procesos que superen el capitalismo y el imperialismo.
Asturies, marzu de 2025.
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